Nuestros mundos los mundos
Por momentos es muy claro. Tan preciso, tan perfecto que asusta y se piensa ¿no estaré loco? Es como ver a una persona sentada en una loma, en la hora mágica, de espaldas y sol de frente semi-hundido ya en el horizonte. Acercarse y ver los gestos, el color de la piel, la ropa que lleva, los ojos, las manos y cada una de las arrugas, el pelo, las cejas, el temperamento de ese instante. Darse cuenta que ahí está, y que nosotros acá, del mismo lado, percibiendo cada rayo de luz, cada viento, cada parpadeo del sol, aunque jamás parpadee. Juntos, y otros allá. De aquel lado. Sin saber si ver o no ver, sin siquiera tener la posibilidad de subir a ver, o de bajar a ver. Y aunque nosotros tengamos las dudas de siempre, otros no las tienen nunca, lo cual es peor. Sin embargo se suceden tiempos difíciles y no es fácil dominar la claridad, el rumbo, la mirada.
Veo a mi alrededor y me siento espectador. No logro entender ciertas cosas por las que se preocupa la gente. Sin embargo puedo caer en el círculo de la mentira. Todo es, hasta no ser nada. Y cuando no es nada, entiendo y veo. Pero el círculo tiene mucha fuerza centrífuga, arrastra a esos actores generando una comedia/tragedia/tragicomedia/comitragedia/etc. Y como espectador me meto en el drama, en la risa y me transformo. Alguien más me ve. Siempre alguien nos mira. Un enorme ojo señoranillesco pero humano, humanísimo. Los otros que se mueven por el espejo, que se viven imitando (me incluyo en muchos casos, no se puede vivir desligando todo) como marionetas exóticas de un mundo de juguete, nos muestran el sendero. Camino que no seguiremos. Que no quiero seguir, yo y mi espejo.
Palabras siempre dichas, una y otra vez, con mi amigo Figari. La marihuana como parte de la vida, algo natural y benéfico, saludable para abrirse hacia otras percepciones del mundo. Bene para esas cosas es más accionador, púm, prende un porro delante de cualquiera. Siempre que el lugar sea legalmente ilegal, claro: un recital, nuestra casa, otras casas amigas. Entonces me daba cuenta, ayer, hablando con un pibe de 15 años (y dos chicas que andaban en otra sintonía) que el manejo de ciertos lenguajes y mundos, puede ser motivador de pensamiento de la gente que uno puede encontrarse en la calle, un árbol, el camping o la punta de un morro. Le decía que estaba convencido de los beneficios de la marihuana y otras drogas, que me hubiera gustado traer, pero me había olvidado y le pregunté si el fumaba. Me dijo que no, que no conocía a nadie que fumara y que por como yo hablaba no le sonaba como si fuera un adicto. Tal vez sea un adicto. Un adicto a ese placer que es fumar mientras se está mirando un río, una montaña, una hermosa mujer caminando en la playa. Un adicto a pensar, a teorizar, a decir, a repetir cuantas veces sea necesario, nada de ese “te lo digo una vez y nada más” tan autoritario y represivo. Así es mundo, soy un adicto a otros mundos, a este mundo que se pliega y se despliega ante los ojos. Por eso hay que comunicar los pensamientos, para poder compartir con otros, los mundos desconocidos.
Veo a mi alrededor y me siento espectador. No logro entender ciertas cosas por las que se preocupa la gente. Sin embargo puedo caer en el círculo de la mentira. Todo es, hasta no ser nada. Y cuando no es nada, entiendo y veo. Pero el círculo tiene mucha fuerza centrífuga, arrastra a esos actores generando una comedia/tragedia/tragicomedia/comitragedia/etc. Y como espectador me meto en el drama, en la risa y me transformo. Alguien más me ve. Siempre alguien nos mira. Un enorme ojo señoranillesco pero humano, humanísimo. Los otros que se mueven por el espejo, que se viven imitando (me incluyo en muchos casos, no se puede vivir desligando todo) como marionetas exóticas de un mundo de juguete, nos muestran el sendero. Camino que no seguiremos. Que no quiero seguir, yo y mi espejo.
Palabras siempre dichas, una y otra vez, con mi amigo Figari. La marihuana como parte de la vida, algo natural y benéfico, saludable para abrirse hacia otras percepciones del mundo. Bene para esas cosas es más accionador, púm, prende un porro delante de cualquiera. Siempre que el lugar sea legalmente ilegal, claro: un recital, nuestra casa, otras casas amigas. Entonces me daba cuenta, ayer, hablando con un pibe de 15 años (y dos chicas que andaban en otra sintonía) que el manejo de ciertos lenguajes y mundos, puede ser motivador de pensamiento de la gente que uno puede encontrarse en la calle, un árbol, el camping o la punta de un morro. Le decía que estaba convencido de los beneficios de la marihuana y otras drogas, que me hubiera gustado traer, pero me había olvidado y le pregunté si el fumaba. Me dijo que no, que no conocía a nadie que fumara y que por como yo hablaba no le sonaba como si fuera un adicto. Tal vez sea un adicto. Un adicto a ese placer que es fumar mientras se está mirando un río, una montaña, una hermosa mujer caminando en la playa. Un adicto a pensar, a teorizar, a decir, a repetir cuantas veces sea necesario, nada de ese “te lo digo una vez y nada más” tan autoritario y represivo. Así es mundo, soy un adicto a otros mundos, a este mundo que se pliega y se despliega ante los ojos. Por eso hay que comunicar los pensamientos, para poder compartir con otros, los mundos desconocidos.
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